lunes, 14 de septiembre de 2015

Yo solo fui la ventana a un sendero.

Me gustaría decir mucho y de la manera mas clara. No habrá poesía ni estética. No habrá espacio para malos entendidos.
Pero lo primero es lo primero.
Tu deseo no tiene esperanzas. No hay en el presente modo ni intención de que esto cambie.
No hay nada a lo que apelar ni refutar, no abro una discusión respecto a los afectos sobrantes o faltantes en mi ni en ti.

Habiendo estipulado esto con rigor pétreo, y dejando en claro que nada de lo que escriba a continuación lo refuta ni lo ablanda de ninguna manera, hay ciertas cosas que me gustaría expresar.

Jamás fue una discusión, ni un debate, ni siquiera un choque de ideas. Jamás "tuve razón",..
Si se pudiese ilustrar nuestra diferencia lo haría en mi mente como la historia de dos errantes en pleno desierto: 
Ambos, muertos de sed luego de décadas de vagar sin ni siquiera la idea de cuan perdidos estaban.
El primero encontró un pantano de aguas turbias y estancadas, resquicio de un antiguo oceano. 
Sació su sed y se mantuvo fresco, pero las aguas saladas y turbias escondían ponzoña y muerte. El agua que este viajero bebía era en gran parte barro, sal y arcilla; lo envenenan y refrescan por igual. Su sed se sacia pero su piel se vuelve seca y quebradiza, sus labios se parten a cada sorbo. 
Poco a poco el pantano irá perdiendo su humedad y su fondo fangoso se secará y resquebrajará.
Por miedo a la nada, el primer viajero se queda aquí, acampa, y aprende a vivir desde el barro pantanoso que el mismo se vuelve.

El segundo encontró lejos de allí un pantano muy similar. Lo habitó de manera parecida por años. Aprendió a vivir desde sus fangos. Por supuesto, jamás a gusto, nadie vive a gusto desde lo pútrido.
Cuando sintió que el mismo se convertía en barro, en arcilla fétida, decidió partir. Decidió partir no cuando el pantano se volvió inhóspito, porque jamás fue un lugar acogedor. Partió cuando él mismo se volvió inhóspito, para el mismo, en medio del desierto.
No eligió cualquier día. Eligió sumergirse en una tormenta de arena. No abandonaba la seguridad de su refugio por la de un camino claro. Abandonaba la seguridad del todo. Se perdió, se hizo nada entre viento y la arena. Caminó en la esperanza de desaparecer, con un paso firme hacia la nada, que solo él podía percibir como un todo.
No hizo caso de señaléticas tentadoras o senderos seductores; luchó por sobre todo contra su cansancio, ahora presionado por la certeza de que detenerse en el camino era la muerte bajo el sol.

Así encontró un oasis de agua que circula cristalina, donde lo que cosecha prospera y desde donde estar es un agrado. Desde donde ser es un agrado.
El oasis también se secará, pero el ya ha cruzado horizontes.
Y esa es la única certeza que da el desierto. Encontrase-perderse-encontrarse. 

El primer viajero, no puede convencer al segundo. 
El segundo, no puede rescatar al primero.
El primero puede ser por siempre el primero, hasta su muerte.
El segundo jamás pudo ser el segundo, sin haber sido el primero, 
así mismo tampoco puede volver a serlo.

Espero que lo que te depare el desierto sea un oasis a tu medida. En ese sentido, espero con profunda compasión (nada pomposa o altiva, sino muy humilde) que tu camino prosiga tan duro como te sea necesario, y que caminando hacia la nada te encuentres con todo, sobre todo contigo. Te deseo profundamente el bien, con el cariño necesario, muy probablemente, no el esperado.

Yo camino hacia la nada.
Si eso nos cruza en algún buen paraje, jamás lo sabré.
Solo sé que camino y no me detengo en pantanos míos ni de nadie.

Sea esta la expresión de lo que puedo ofrecer.




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